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El español de Chile

  • Foto del escritor: Ney
    Ney
  • 11 dic 2016
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 7 nov 2023

Las siguientes elucubraciones sobre el español de Chile se publicaron originalmente en la revista colombiana Semana.


Captura de pantalla de un artículo de Ney Fernandes sobre el español de Chile publicado originalmente en la revista colombiana Semana

La impresión que se lleva el hispanohablante extranjero cuando escucha por primera vez el acento atropellado del chileno es que es otro idioma. Fiel a cierto legado andaluz, el chileno se come sílabas enteras y aspira las s de los plurales y las d intervocales, es decir, articula muy poco cuando habla, y cuando lo hace pone en evidencia unas particularidades que pueden dejar atónito al interlocutor desprevenido.


Puede sorprender, por ejemplo, la peculiar versión del voseo que se gestó únicamente en esta franja del continente y que Andrés Bello ya condenaba en el siglo XIX por ser demasiado coloquial. Lo que en tiempos de la colonia se habrá dicho «vosotros queréis» pasó a decirse «vos/tú querí», un fenómeno que en la televisión convive, en boca de animadores de programas matinales, con la dicción formal de los presentadores de noticieros, que se esmerarán en decir siempre «si quierej (en vez de querí) mantener la línea, tienej que reducir el consumo de carbohidratos», un cuidado que suele llevarse al paroxismo, curiosamente, en las noticias policiales, donde «loss antisocialess» suelen huir con el botín sin dejar «rasstross». Y lo más curioso de todo esto es que un resquicio de higiene ortográfica casi siempre lleva al chileno a escribir en sus correos electrónicos y conversaciones de chat «tú tenís; tú querís», pese a que nunca pronuncia esa ese. Así, la verdadera gramática chilena, al menos la prosódica, es el resultado de una alquimia lingüística que probablemente contribuye para el tono de voz especialmente agudo del chileno cuando sentencia con un gallinesco «¡qué querí que te diga!».


El español de Chile también se caracteriza por un uso recalcitrante de las llamadas muletillas lingüísticas: los asuntos, cuestiones y problemas son todos temas; los efectos, consecuencias, repercusiones e incidencias son todos impactos y las causas son siempre producto de. Y la gran estrella de este y otros usos facilitadores del habla y empobrecedores de la lengua es el huevo, que sin querer nos trae de vuelta al gallinero: aquello cuyo nombre se desconoce o se olvida pasa a ser la hueá, muletilla comparable a la vaina del venezolano, aunque quizá de uso más extenso y un tanto más grosero (evítese, pues, hablar de hueás frente a la suegra chilena, a menos que ella lo haga primero con naturalidad, cosa que fácilmente puede suceder). Para referirse al prójimo, el chileno no dudará en llamarlo hueón, como el español que habla de un tío. Y como la hiperpolisemia del huevo chileno da para todo, no se sorprenda si escucha a alguien quejándose de la siguiente forma: «Cacha el hueón hueón, hueón». Nótese que el último hueón tiene valor vocativo, es decir, en este caso ese hueón es usted, pero no se ofenda, que a diferencia del hueón que lo antecede, no es un insulto. Y cachar, otro gran exponente del español de Chile, en este caso vendría siendo ‘mira’, pero bien puede significar ‘saber’, ‘entender’, ‘ver’, ‘enterarse’ o ‘darse cuenta’… ¿cachai?


El chileno es dado a las confusiones semánticas, y es común percibir en pluma de académicos y periodistas un desconocimiento absoluto de conceptos como inferencia, incidencia e injerencia, que intercambian con asombrosa facilidad como si significaran lo mismo, a la vez que usan acusar con sentido de ‘denunciar’ y acudir cuando en realidad quieren decir ‘recurrir’. A veces tampoco distinguen las oraciones pasivas con agente de las impersonales reflejas, pudiendo escribir barbaridades como «se entregaron fondos por parte del Gobierno», y suelen vacilar en el uso de las preposiciones, usando giros como «un programa dirigido hacia los estudiantes» o «iniciativas emprendidas desde pares y profesores». Y ya que entramos en terreno de solecismos, el español de Chile también se caracteriza por dos caras de la misma moneda agramatical: los dequeísmos y los queísmos, que permean todos los estratos sociales y llevan a muchos a decir «pienso de que» o sentenciar «estoy seguro que».


A las muletillas se contrapone un variopinto vocabulario donde conviven arcaísmos como harto («tengo harta hambre»), términos indígenas (al chileno no le duele el estómago, sino la guata, y por estos lados los bebés son guaguas) y una infinita lista de realidades y situaciones que, ya sea por pereza o esnobismo, se prefiere expresar en inglés: cualquier cosa que cause asombro tiende a ser ¡heavy!, los datos útiles son tips, y no se engañe, aquí no se usa champú, sino shampoo, mientras que en nuestra hermosa cordillera no se practica el esquí, sino ski. El extranjero tampoco debe sorprenderse si el chileno le pide permiso para ocupar su lápiz cuando necesite ‘usarlo’ o si le dice que anda urgido porque tiene demasiada pega cuando lo agobia el exceso de trabajo, una queja común, dicho sea de paso, en el laboratorio de los Chicago Boys. Si le responden «al tiro» cuando pida la carta en un restorán, no tema, su vida no corre peligro; le dijeron apenas que se la traerían enseguida, y ojo con el pisco sour que se va a tomar, para no despertar al día siguiente con una tremenda resaca, digo, con la mansa caña.


Dicen que los chilenos son los ingleses de América Latina por su frialdad en el trato, su humor negro y acaso la costumbre de tomar té, o mejor, tomar once hacia las seis de la tarde. De hecho, el extranjero debe acostumbrarse a recibir un simple y seco «ya» tras dar las gracias en una transacción comercial, pero lo que el chileno escatima en cortesía lo derrocha en juegos lingüísticos sarcásticos, con aproximaciones fonéticas como «estamos Liz Taylor» por ‘estamos listos’ y el uso de todo tipo de apodos, a tal punto que nuestro astro más importante, el Sol, tiene el suyo: el Care’ Gallo (este servidor ha compartido innumerables tertulias con fascinantes personajes cuyos nombres hasta hoy desconoce: el Salmón, el Rana, el Larva, el Planta…). Por último, cabe destacar el uso de hipérboles de todo tipo, algunas de las cuales, al incorporar modismos típicamente chilenos, pueden dejar al hispanohablante extranjero más perdido que piojo en cabeza de pelao.

 
 
 

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