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La falacia del traductor invisible (o las aventuras del camaleón pixelado)

  • Foto del escritor: Ney
    Ney
  • 19 ene 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 9 ene

¿Quieren saber qué es una buena traducción? Una buena traducción es aquella que no se delata a sí misma, aquella que no parece ser una traducción. Un texto bien traducido es un texto que no parece haber sido traducido, de lo contrario es una mala traducción. Es algo que he repetido hasta la saciedad (hasta la indigestión, más bien) en varias entradas de este blog. Llevando el razonamiento un poquito más lejos, una buena traducción sería aquella que no delata al traductor, pues el traductor ha de ser invisible. Eso, al menos, es lo que he leído por ahí. Patrañas, mentira, bullshit. Que la traducción no parezca traducción no significa que el traductor tiene que invisibilizarse. Somos camaleones, no fantasmas.


Repito, pues, la pregunta: ¿qué es una buena traducción? Una buena traducción es aquella que escuché en un reportaje en el canal francés TV5 Monde mientras yacía frente a la tele en una habitación de hotel tratando de deshacerme de un jetlag horrible. (Nota mental: ver qué propone la Fundéu como traducción para jetlag. Ah, sí, exactamente lo que pensaba: desfase horario. Solo que el simple desfase horario no expresa la sensación que uno tiene después de pasarse veinticuatro horas volando y haciendo turismo de aeropuerto contra su voluntad. El jetlag es mucho más que eso. Es sentir que cruzaste el Atlántico y un pedazo del alma quedó atrás). Una chica decía: «I saw the film when I was a young woman, I was about to move to New York for the first time» y en francés el doblaje (no sincronizado, sino superpuesto, como voz en off) decía «j’étais prête à envahir New York». Estaba lista para invadir Nueva York. Leyeron bien: invadir Nueva York.


Foto del emblemático puente de Brooklyn, en Nueva York.

Obviamente el traductor o la traductora usó invadir en sentido figurado, y acaso un sentido figurado que en español no funcionaría demasiado bien, pero en este caso específico, en francés, cobraba todo el sentido del mundo. Estamos hablando de una chica que estaba empezando su carrera (ya no recuerdo de qué) y había decidido mudarse a Nueva York con la cabeza llena de sueños y el corazón inflado con el ímpetu de una joven convencida de sus talentos y lista para conquistar el mundo. No estaba simplemente mudándose a Nueva York: la estaba «invadiendo», con todas sus ganas y su ambición. Aun así, podríamos preguntarnos si el traductor tiene el derecho de agregar esa metáfora para expresar sus intenciones sin que la entrevistada lo hubiera hecho en su propia lengua. En este caso, la respuesta es simple: ese reflejo, ese espíritu de iniciativa, esa perspicacia, esa fineza en la comprensión cabal de un mensaje y esa capacidad de vertirlo de forma tan hábil y eficaz es lo que distingue a un buen traductor de un traductor del montón. Porque lo que la entrevistada no dijo con palabras, la forma en que lo decía, sus ojos, sus ademanes, su tono de voz lo delataban. Toda su gestualidad exhalaba las ganas de «invadir» Nueva York, o mejor, de conquistar Nueva York, como sería más adecuado decir en español. Había, también, un contexto inmediato, los antedecentes y las razones que la llevaban a mudarse a Nueva York y que justificaban esa interpretación. Es el sacrosanto mantra esitiano, la función pragmática de la traducción en todo su esplendor: causar el mismo efecto en el lector de la traducción. No solo ofrecerle la misma información, el sentido del mensaje, sino hacerle sentir esas ganas de conquistar Nueva York de las que hablaba la chica sin decirlo.


Esto dista mucho del caso que publiqué hace años en la ahora extinta página de Facebook de Filigrana Traducciones, donde el personaje femenino de un anime dice que va a empezar a vestirse un poco más abrigada debido a las críticas que ha recibido por exponer demasiada piel, y en la traducción se coló una crítica explícita a la «sociedad patriarcal», en esos términos, que no estaba presente en el original. Lejos de mí abominar el gesto del traductor o de quien sea que haya decidido deslizar ese comentario «político»; sabemos de sobra que la mayoría de las culturas humanas son patriarcales, en todos los aspectos, y que eso tiene que cambiar por el bien de tod… de todes, digamos (deléitense ahora, defensores y detractores, porque es la primera y última vez que me verán escribir tamaña barbaridad, pero ese debate lo dejaremos para otro momento). Pero hubo quienes se molestaron con esa mención explícita de la sociedad patriarcal, acusando a los traductores incluso de censurar cierto aspecto cultural del guión. En mi opinión la molestia es justificada, pues se pervierte la mentada función pragmática de la ecuación traductológica en pos de un mensaje que, si bien es totalmente defendible, no tenía cabida en ese contexto específico. Es un poco como si el traductor del primer caso hubiese escrito que la entrevistada estaba lista para mudarse a la capital financiera del Imperio o algo por el estilo. A priori, no corresponde.


Sea como sea, el traductor jamás será invisible. Un caso famoso son las traducciones de Edgar Allan Poe en francés hechas por Baudelaire. Mucho se ha escrito al respecto, y dicen las malas lenguas que Baudelaire llegó incluso a modificar el final de la Narración de Gordon Pym a causa de una interpretación equivocada de ciertos elementos del relato (por cierto, recién me entero de que el título se tradujo así en español… y me gusta mucho más la traducción francesa). Muchos lectores de la época pusieron el grito en el cielo al descubrir que Baudelaire, cual camaleón pixelado, no supo (o no quiso) ceñirse estrictamente a lo que Poe quería decir. Hoy, sin embargo, no son pocos los que prefieren las traducciones de Baudelaire, y sin haber leído casi nada de Poe en inglés, creo entender por qué. (Nota mental: por enésima vez, ya es hora de leer las traducciones hechas por Cortázar, oh, ingratísimo cronopio).


Desde luego el caso de Baudelaire y el del anime no tienen mucho que ver, pero nos recuerdan (y nunca está de más recordarlo) que los traductores tenemos una tremenda responsabilidad en la transmisión y la perpetuación de expresiones culturales de todo tipo. No sabemos bien qué motivó a Baudelaire a «mejorar» los textos de Poe (quizás fue simplemente eso, la pretensión de mejorarlos, pero Baudelaire es Baudelaire…). En el caso del anime, la intención del traductor es clara, guste o no. Quizás en cien años más alguien volverá a analizar el caso del anime y recordará que cien años antes las sociedades eran patriarcales y se conformaban con injusticias absurdas e inmorales que permeaban la vida cotidiana en sus aspectos más sutiles. Quizás agradecerá silenciosamente a aquel traductor camaleón, que, mediante un pequeño acto subversivo, pixeló su camuflaje y le hizo un gran favor a la humanidad. Y de paso les tapó la boca a esos dinosaurios que empiezan un texto pensando que van a hablar de traductores fantasmas, terminan hablando de camaleones pixelados, como que cambian de piel en la mitad del texto y ya no saben qué pensar del caso del maldito anime.


Un camaleón fotografiado de cerca sobre una rama, cual metáfora del traductor y su capacidad de adaptarse e interpretar distintas culturas.

 
 
 

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